Otro título sugerido: Crónica de un intento desesperado por revivir un Linux remoto sin tener acceso presencial. (Bueno, tal vez no tan desesperado, lo confieso).
La vida es como un panqueque. Nada te prepara para lo que está por venir por que nunca se sabe. En algún momento vos, que literalmente eras un huevito, vas a romper el cascarón, te vas a mezclar con la harina y terminar en la sartén de la vida.
Un día el destino, cocinero hijo de puta, decide que de ese lado ya te freíste lo suficiente. El panqueue vuela en el aire, da un giro de 180 grados y aterriza del otro lado para seguir cocinándose a buen ritmo. ¿Cómo irás a terminar?
¿Crudo? ¿a punto? ¿crocante? ¿quemado e incomible?, nunca se sabe.
Mi salto por los aires ocurrió hace poco mas de dos años. Algunos meses mas tarde, metí algunas mudas de ropa en un bolso y ahora vivo 600Km mas allá.
Dejé toda una vida atrás como ya había hecho en un sinnúmero de oportunidades anteriores. Entre todas las cosas que dejé atrás, quedó mi fileserver, el último de mis Gentoos. Unattended, en piloto automático, salvado de una ingente cantidad de cortes de energía eléctrica por una UPS de medio pelo, tirado en un rinconcito, me lo imagino juntando una finísima pero uniforme capa de polvo conforme pasan los meses. Enterrado en vida y olvidado pero cumpliendo su función a raja tabla, como siempre hizo y salvaguardando toda mi información personal, monitoreando todas mis PC con nagios y munines. Parece estar haciendo nada pero en realidad hace muchísimo.
Ahhhh… Gentoo… ¿No es maravilloso?